12 julio 2006

Paz

Paz
EDUARDO MENDOZA
EL PAÍS - Última - 19-06-2006
Numerosas víctimas del terrorismo se oponen al proceso de paz
con ETA. Unos están de acuerdo con ellas y otros no. No obstante, estos
últimos siempre aclaran que comprenden su rabia y comparten su dolor.
Pocos abordan, sin embargo, el aspecto práctico y ético de la cuestión,
como siempre, dos caras de la misma moneda.
La paz implica por necesidad la guerra; guerra y paz son pareja de hecho
indisoluble. En el decurso de la historia la una es la ausencia de la
otra, y decidir cuál de las dos es natural y cuál anómala es ignorar la
naturaleza humana.
Por consiguiente, hablar de paz es admitir que hay guerra, y aunque la
guerra no confiere legitimidad a los bandos enfrentados, sí presupone en
los beligerantes una motivación de orden superior. Ningún gobierno se
plantearía iniciar un proceso de paz con las bandas que por estas fechas
asaltan chalets, aunque lo hagan de un modo sistemático y causen
víctimas mortales. No se les reconoce personalidad jurídica ni portavoz
y su destino final no está en la mesa de negociación, sino en el trullo.
Por el contrario, un pronunciamiento militar no tiene más dignidad, pero
se llama guerra civil. En qué momento se franquea la frontera entre lo
estrictamente penal y el conflicto armado es difícil de precisar porque
la distinción pertenece al terreno de los signos.
En el caso que ahora nos ocupa, los signos parecen claros. La
prolongación de los actos criminales de ETA y su influencia en la vida
pública española han hecho que se vivieran como una auténtica
conflagración. Así lo han visto los sucesivos gobiernos que han tenido
que enfrentarse a ella, sin excluir, por supuesto, al Partido Popular,
que en su etapa de gobierno la vivió, no sin razón, con espíritu de
auténtica cruzada. De modo que el conflicto con ETA es una pequeña
guerra, aunque detrás de su causa y su enunciado no haya más que un
hatajo de asesinos.
En la lúgubre cadena de la historia, la paz es un hecho de guerra, en
rigor, la última batalla de la contienda y, como tal, también deja
víctimas, tal vez las más tristes, porque la vuelta a la normalidad las
hace en apariencia inútiles.
Así son las cosas. Hamlet muere diciendo que el resto es silencio, y
luego viene Fortimbrás y ordena que se lleven los muertos de la escena.

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