03 noviembre 2006

Abuelito

Era un hombre menudo, de cabeza más bien grande, con gafas y poco pelo. No era guapo y tenía muy mal genio. Así era mi abuelo, pero ante todo era un buen hombre.

Tengo varias imágenes de él en mi memoria. Le recuerdo, por ejemplo montado en su bici con una pinza en los pantalones. Solía venir de la distribuidora Mansilla y traía los periódicos para el quiosco que tenía con mi abuela. También le recuerdo en el sótano de la casa con una bata azul. Allí podía estar poniendo los precios a los cuadernos y bolígrafos o encendiendo la calefacción o cociendo los chochos. Otra imagen que permanece en mi memoria es la de algún paseo por el parque con su gorra y un abrigo de ante marrón.

Creo que me veía vulnerable porque siempre me prestó su atención. Estaba empeñado en que escribiese bien y en que dominará los cálculos y cuando llegaba del colegio me estaba esperando con un cuaderno de caligrafía y otro de problemas matemáticos. A veces me llamaba para que viese con él en la televisión reportajes sobre cosas tan diferentes como la importancia que tendría en el futuro la informática o como lavarse correctamente los dientes. Todo aquello que entonces me parecía un incordio, lo veo hoy como un reflejo de su amor y preocupación por mi.

Tenía un fuerte carácter pero detrás había una persona sensible que se emocionaba con frecuencia. Toda su familia recordamos aquella noche de Navidad en la que le vimos reír a carcajadas cuando sus nietos cantábamos a coro la canción Guantanamera. Y yo me guardo otro momento mágico: el abrazo emocionado que nos dimos mi padre, él y yo cuando España marcó el decimosegundo gol en el histórico partido contra Malta.

Sus últimos años fueron un continuo empeoramiento. Alzheimer, anginas de pecho, tumores y por si fuera poco un accidente de tráfico. Pero nunca dejó de mirar al futuro. Su última gran ilusión fue el piso que se compraron mi abuela y él . En este piso pasó la recta final de su vida.

Nunca olvidaré la última vez que lo ví. Le quedaban pocas horas, aunque en realidad ya hacía tiempo que nos había dejado. Ya no podía ni ver, ni oír, ni hablar. Respiraba con dificultad. Allí postrado en aquella cama se despedía de la vida.

Hoy hace quince años de su muerte. No me olvido de ti abuelito.